Sereno.

Voy en tu dirección pero no contigo, la carretera del miedo nos conduce paralelamente. Siempre a la misma distancia y nunca nos encontraremos.
El semáforo está en verde.
 La bruma de mis ojos no me deja verte claro y vos, sereno. Esta tranquilidad me inquieta.
Y vos vivís despacio, como yo, como yo vivo de prisa.
 La tarde me avanza en cuatro ruedas, y al de lado, le avanza en bocinas -allá va una ambulancia, ¿qué número será la víctima?, así lo informará la prensa-, y vos, vos no tenés la culpa del descaro de los ricos, ni de la crueldad de nosotros los hombres, vos, amor, no tenés la culpa de este ingrato sabor amargo que dejan las pistolas. No, no tenés la culpa del miedo de mis ojos, del miedo de mi boca, del miedo de mis piernas, del miedo en la ventana.
Este tráfico es de dementes.
No sé el porqué aún permanecemos aquí, esto es una ruleta rusa.
A la orilla de la calle está una pareja que no cruza, que se detuvo un instante en medio del caos -¡qué valientes!- Les creo. De amor se hace la revolución, y nosotros aún no somos revolucionarios. Hace daño pensar tanto, repensar, pensar obsesivamente, pensar aquí, ahora, allá, pero ahora igualmente.
No puedo retroceder, los vehículos me acorralan hasta la garganta. Ya estoy en medio, ya no iré a ningún otro lado, esto es siempre. Me quedo estática, me quedo así un buen tiempo, como parece ser que pasará hoy; pero vos, seguro vos, vos sereno, y el reloj avanza con sus manitas burlándose de nosotros, de este caos, de este odio, de este tedio, de las grises horas perdidas.
  -Debo apagar el carro-
 No sé cuánto tiempo más estemos aquí, -¿qué pensará el viejo de al lado?-
A vos te veo borroso, sé que estás y que en el paso intermitente de la nada y el todo, te irás, sereno.
Como siempre. O quizá me iré, porque grito miedo y sólo se escurre por la nariz, y soy como agua: circulo constantemente en un ciclo de evaporación y transpiración, precipitación y desplazamiento hacia el mar... y un adiós, o hasta luego, si bien nos va, amor, si bien nos va.
 Debería bajar de este cinturón que me aprieta la libertad. No lo haré. Allá afuera duele la desolación, la inseguridad. -¿Dónde dejé los fósforos?-
 La noche se acerca, veré caerla aquí en el fondo. Pero no dejo de pensar en eso que es y no será. Y es que veo llegar esta suerte de clarividente que nadie envidiará jamás.
Salváme, lleváme con vos a la nada, al inicio que es el todo, que son tus partes y las mías.
-Qué risa–, nadie puede salvarnos, sólo darnos la mano, para hundirnos juntos, embarrarnos, jodernos, involucrarnos, complicarnos... y quizá, para volar, para soñar que esto es real, que así nos tenemos, que así nos libramos, que así nos encontramos, nos afirmamos, nos aceptamos…
Enciendo un cigarro, de estos rojos, de estos que confirman que mi único buen hábito es la lectura, la lectura de tu prosa, tan irreverente, tan iluminada.
No hay mejor consuelo que adelantar la muerte de alguien que vive en alternancia entre luz y tinieblas. Tampoco es culpa tuya.
Es curioso, en ningún mapa aparecías y ahora estás en todos lados, como haciéndome saber que aunque huya, la causalidad me tomará por sorpresa.
 Pero no sabés muchas cosas de esta vida, la vida sucia, la vida mala, la vida obscura, la vida a tientas, el bar-vida, la hierba-vida, la vida-tabaco, la vida-dolor, la vida-inconforme, la vida-incómoda, la vida-inyección.
Pero no, no es tu culpa, los privilegios de la suerte no se escogen y vos, vos tan sereno, amor.
Te cuento, -como si pudieras escucharme, como si al girar la vista ocuparas el asiento de al lado, como que estuvieras atrapado en el retrovisor, o en los parabrisas- no hay modo, no hay forma de que salga de este lío, y no quiero llevarte conmigo, mentira. Quizá, y lo digo, en desacuerdo, lo digo, quizá estés mejor detrás del último semáforo en rojo, del paso de cebra y del alto aquel que cuelga cerca de casa, quizá estés bien hoy que yo lo asumo. Quizá estés como yo te quiero ver y porque no me ves. Quizá sos vos la bruma serena de esta tarde y yo, y yo inmóvil te respiro.

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