Los oficinistas.

El vómito de esa lánguida carretera y los pegajosos neumáticos recorriéndole la lengua,
con sus chillidos asquerosos saliendo de las bocinas,
con el horario de las siete,
con el sueño entre papeles,
con el ring, ring de la cotidianidad,
de la muchedumbre,
con la inercia del ir y venir,
con el café de percolador,
con esa vida de jaula,
con esas mañas sucias de mirar entre las faldas,
con ese murmullo de corbatas enrolladas,
con ese olor a cárcel,
con el desacomodo de la silla,
bailando con la libertad ilusoria del regreso a casa,
cenando hasta el hartazgo,
sin ganas,
sin nada.

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