De tristeza.

Alguna vez pensó que era la mujer más triste, incluso más triste que la tristeza misma.

Su piel no contaba con arrugas ni con belleza. Nunca habían sonrisas ni brillos en la mirada, nunca habían siempres y siempre habían nuncas. Ella sentía que no sentía porque no tenía corazón, ella creía que la música sonaba igual, que las excusas todas eran verdades, y que la realidad jamás se teñía de rosa. No hacía el amor ya que juraba que no existía, no sembraba flores, no cantaba ni bailaba, no hablaba, no escribía, no caminaba bajo el sol mucho menos bajo la lluvia, no bebía café, ni comía mangos, nunca conocería el sabor chocolate ni las lágrimas finales de las carcajadas. Ella no vestía de colores, no entendía la amistad, y no se veía al espejo. Ella nunca caminó descalza, ella creía que el burocratismo era normal, nunca se enteró de las promesas y jamás durmió demás.

Nunca visitó el mar y no conoció los abrazos. Huyó de su familia un viernes 13 y regaló a su mascota. Ella no probó el vino ni fumó marihuana, ella no dejó de dormir sin su ropa interior, ella nunca se tocó. Nunca soñó ni se enteró qué era una sorpresa, no tuvo un feliz cumpleaños ni las mejillas ruborizadas, no aprendió a besar. Nunca se raspó las rodillas ni se escapó de clase. Ella lo único que tenía era razón, era la mujer más triste, incluso más triste que la tristeza misma.

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