Del mar y yo (II parte)

Ese martes tuve que llamarlo, tenía que decirle que mis actividades se habían complicado, eso representaba explicarle miles de cuestiones que probablemente no entendería, así que la excusa de un examen final resultó una mejor idea. No debía contarle que mis ánimos estaban bajo el drenaje, mucho menos que los había arrojado yo y que ahora no sabía cómo recuperarlos.
El café se pospuso para el sábado. Tenía el suficiente tiempo para elaborar un plan infalible ante semejante pérdida; en realidad, sólo necesitaba tiempo. Al menos eso supuse.
Yo trataba de jugar con la vida al póker con un total bluff y como era de saberse me ganó. Ese sábado fue el segundo día de lluvia continua, la amenaza de una Tormenta tropical obstaculizó los planes de cualquiera, y seguramente lo mismo pasaría con aquel café.
Pase casi dos horas sentada al lado de una ventana alta, mis flores y especias estaban inundadas, la tierra no daba para más, en realidad era un día especial, tenía sus matices de blanco y negro, y a mí particularmente, me hacía feliz.
Los daños empezaban a notarse, las redes sociales se inundaban con consejos e información, con direcciones de centros de acopio y con mensajes para Dios tratando de que todos lo notaran; es ridículo pensar que una publicación daría más que una acción.
Estaba entretenida emitiendo juicios de opinión que el sonido de mi móvil hizo que me percatara que sólo quedaban dos horas para las seis. Era él, no tardó mucho en decirme que el clima iba a interrumpir nuestra reunión. Lo cual me pareció perfecto. Sabía que volvería a verlo al final de la conversación.

Aburrida de gastarme la vista en el ordenador, prendí la televisión, desgraciadamente sintonicé el canal donde el escuálido presidente de Guatemala repetía el discurso solidario que un atarantado postor logró vender. Harta de tanta incoherencia, busqué un café, un cigarro y las cartas muertas de un intrépido aventurero que desilusionó mi vaga definición de amor. Leí una tras otra, muchas veces, y cada vez encontraba más faltas ortográficas que lo convertían en una masa de ignorancia.

Mi piel, mis huesos, mi espalda, mis ojos, mi estómago, mi vientre, mi lengua, mis dedos, no daban más. Mis músculos atrofiados, mis placeres encarcelados, mis íntimas noches despierta, mis sabores amargos y mis húmedos sabores, los olores paupérrimos, los recuerdos baratos, mi memoria de pez, mi sangre anémica y mis neuronas inexcitables estaban agotados de pensar en aquel con quien estuve y que no estuvo conmigo.
Era momento de dormir.
Se supone que el sueño repone energía y eso me hacía falta. Nunca fui carente de autoestima y no era momento para estarlo. Tengo temores, lo sé, como cualquier otra mujer asechada por el mortal disparo cultural, perseguida por las imágenes de revistas “fashion” que te enseñan a lucir bonita e increíblemente estúpida, engañada por la idea de familia-matrimonio, adulterada por la moral, e inconscientemente atenta al deseo paternal.
He vivido al pie de guerra.
El móvil sonó de nuevo, era Diego, Mauro, José, Manuel (cualquiera que su nombre quiera ser). Sí, así se hacía nombrar el atrevido hombre que se interesaba por la dualidad de mí ser. (continuará)

3 comentarios:

  1. Esa tormeta vino a complicar toda la situación, que mal.

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  2. Nice!!! muy buena narrativa de una tarde...
    Me quito el Sombrero (si usara)

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